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Prueba: Triumph Thruxton – Auténtica Café Racer

Si ahora ponemos el ojo en las motos más clásicas y deportivas —o Café racers—, opciones como la Triumph Thruxton no abundan precisamente. Es más, no hay otra mejor para revivir el tacto irrepetible de las motos más rápidas de los 60. Las que ganaban.

Por muy rápidas que sean las deportivas actuales, no se puede negar que han perdido algo por el camino. Sea autenticidad, sonido, carácter... sea lo que sea, todo lo que han ganado en eficiencia y prestaciones, lo han perdido en personalidad y diferenciación. Supongamos, por ejemplo, que te dan a probar todas las deportivas del mercado pintadas en el mismo color y sin detalles de ningún tipo que te permitan distinguirlas: ¿acaso sabrías con exactitud cuál es cuál? ¿Seguro que no cometerías ni un sólo error? Yo, sinceramente, no lo veo tan fácil. No obstante, esto no pasa con la Triumph Thruxton.

En efecto, te da la sensación de que es un modelo único. Te subes y al momento te convence: no hay otra moto igual, no puede haberla. Su posición de conducción es mucho más radical de lo que parece. Tanto, que no recuerdo haber vivido sensaciones parecidas en ninguna otra moto de concepto aproximado, como por ejemplo la W800 de Kawasaki (convenientemente decorada con accesorios Café Racer, claro está).

Para este año, Triumph ha revisado la gama de colores, entre lo que destaca este color verde británico con franja dorada que la cruza casi de punta a punta, desde la pequeña cúpula delantera hasta el colín monoplaza, pasando por el depósito. El resto sigue como siempre, con ese espíritu de las carreras de antes en circuitos como, por ejemplo, el mismo que da el nombre a esta Triumph. Su precio es de 9.795 euros.   

¿Dónde está el estribo?

Empezaré por remarcar la posición de conducción tan particular. Lo primero que sorprende es la posición de los estribos, así como la del manillar. De entrada, aún después de haber engranado marcha, la primera vez te cuesta encontrar el soporte para el pie al estar muy retrasado y elevado. Y algo parecido sucede con el manillar: está muy adelantado, con lo que, entre una cosa y la otra, sólo con unos pocos metros ya tienes la sensación de estar viviendo en otra época y de conducir una moto diferente a las demás.

Así pues, rodar con ella es, como mínimo, curioso y especial. No hace falta correr para sentirte feliz encima de la Thruxton: la sonrisa socarrona no se te borrará de la cara. Garantizado. Pero no únicamente por esta sensación de tener el cuerpo tan adelantado y tan apoyado en la rueda delantera. También por la curiosa posición de los retrovisores —que aunque molesten un poco entre los coches, cumplen muy bien con su función y le dan el enésimo toque genuino y clásico—, así como por las bella franja de color dorado y con relieve, el colín monoplaza, las llantas de radios, los tubos en forma de megáfono, y todos esos detalles que embellecen aún más una moto con tanto empaque como esta Thruxton. De hecho, convencido estoy de que el factor clave para comprarse esta moto es el estético. Te enamoras de ella y te la compras. Así de sencillo. Pero veamos cómo va...

Mala uva

Siguiendo con las primeras sensaciones, más allá de la posición del cuerpo, también me sorprendió el ancho de los puños y la rudeza del motor. Por lo demás, la frenada no es demasiado espectacular —lleva un disco delante—, y la moto pesa lo suyo, pero como que gira lo suficiente y se llega bien al suelo, no tendrás ningún problema para moverla en espacios reducidos. Conclusiones que rápido sacas tras circular unos pocos metros por ciudad. No obstante, cuando toca hacerla girar a más velocidad, sí que la notas un poco perezosa y tienes que acompañarla mucho con el cuerpo. Esto no sorprende en una moto con llanta de 18 pulgadas delante, la misma, de hecho, que te dará más confianza de la que crees cuando llegues a la carretera...

Pero vayamos por partes. En ciudad se deja llevar, sí, pero tienes sus peculiaridades. No sólo pesa lo suyo, sino que el motor sobresale bastante a ambos lados (mejor acordarse) y, aunque rinde muy bien abajo, siempre te pide rodar a medio régimen como mínimo, donde das con ese punto en el que su carácter se acentúa de forma bastante repentina. A nivel de tacto, el cambio va bastante fino y funciona de maravilla, pero la rudeza del motor parece como que se expande por el resto de la moto. Esto mismo se acentúa cuando lo haces girar arriba del todo. Es más, parece mentira como un bicilíndrico en línea refrigerado por aire tan actual como el suyo puede tener un carácter tan genuino, como si fuera de otra época. Y no por las prestaciones —que no son pocas—, sino por el sonido que emite y por el reconfortante cosquilleo que te recorre todo el cuerpo. Además, por poco que la fuerces en una o dos marchas, ya te quedarás a gusto (ni que sea por un ratito).

Asimismo, aunque sea una moto con la que poder pasear por la ciudad a diario, lucirla en cualquier momento del día, e irse poco a poco enamorando de todos y cada uno de sus rincones y detalles, también te pide tocar carretera. El motor, con 69 caballos y un par digno de su gran cilindrada —69 Nm—, además de un sonido llamativo e igual de auténtico que su tacto rudo, será motivo suficiente —no el único— para irse a dar una vuelta en cualquier rato libre del día, no sólo en el fin de semana. De hecho, es una moto para conducir relajado, si bien se siente muy cómoda dibujando las líneas de las curvas con bastante fluidez y soltura. Y es que no deja de ser una moto deportiva...

Un respeto

Cierto que no la podemos comparar directamente con lo que da de sí una moto naked o deportiva de las más modernas. Pero... ¡ojo! La Triumph Thruxton no deja de ser una moto deportiva. Clásica sí, y preciosa también, pero del todo capacitada para conducirla a cierto ritmo. No es una moto con la que conectes enseguida. En autopista no ofrece ninguna comodidad muy destacable. Bueno, el sillín cumple bastante bien y la posición tampoco resulta tan agotadora. Pero donde pasarás los mejores momentos será, sin duda, en tu carretera favorita. Todo acompaña para que viajes en el tiempo y creas experimentar algo de las carreras de los 60 y 70. La posición de conducción acompaña a cierto atrevimiento, y la moto se muestra estable siempre. Cierto que la frenada no es del todo fuerte, pero no te invita a apurar mucho en este sentido, sino más bien a acompañarla en las inclinadas. A tu ritmo y con una sonrisa que no se te borrará en ningún momento de la ruta. Más que para ser más rápido que tus amigos, la Thruxton es una moto para que la disfrutes, tanto estética como dinámicamente. No hay ningún otro secreto. Es una moto con el tacto de las de antes, con la fiabilidad de las de ahora, y con una belleza para toda la vida. Porque la Thruxton es una moto para toda la vida. Así de simple.

Conclusión

La Triumph Thruxton te ofrece lo que pocas o ninguna es capaz de ofrecerte. O sea, una deportividad exquisita al estilo de las mejoras motos de hace unas décadas. Una Café Racer genuina y diseñada con maestría. Detalles como el colín monoplaza o la pequeña cúpula hacen que su estética te entre aún mejor. Una moto que ya lleva tiempo entre nosotros —y todo apunta a que la cosa irá para largo—, pero no por eso deja de ser igual de apetecible. Cierto que motos como la nueva CB1100 de Honda o la Kawasaki W800 responden a la misma estética y concepto, pero en ambos casos no hablamos de las mismas prestaciones y no está del todo claro que sean directamente comparables. Quizá la V7 de Moto Guzzi sería la opción más parecida en todo. En cualquier caso, una moto plagada de personalidad que te hace vivir sensaciones muy agradables al tiempo que te permite divertirte cuando la primera oportunidad que se te presente.      

¿Preparado para lo siguiente?

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